domingo, 19 de julio de 2009

Castilla Zurita y el Rastro Madrileño



Conocí a Carlos Castilla Zurita cuando apenas podía sostenerme en la cuna, su amistad con mi padre hacía que durante toda mi infancia tuviera contacto con él. Hombre afable y culto , siempre tenía una sonrisa para los pequeños.


Me llamaba mucho la atención sus gafas cuadradas, su bigote y sobre todo, en verano, su guayabera, quizá porque siempre cuidó sus formas en el vestir auque fuera de una manera singular y cómoda.


En muchas ocasiones le vi pintar, al menos iniciar algún que otro boceto interesante porque, como todo buen dibujate o pintor, siempre le interesaba cualquier detalle posible de plasmar con posterioridad en un cuadro.


A finales de 1973, siendo todavía un imberbe, tuve ocasión de desplazarme a Madrid por motivos que ahora no vienen al caso, y paseando cerca de la estatua de Cascorro, en el celebérrimo Rastro, en unos de sus callejones donde los pintores exponen sus obras, me encontré con Carlos, que al verme, me reconoció a medias puesto que hacía más de cuatro o cinco años que no me veía, yo mostraba mi incipiente bigote de adolescente y el consabido paso de la infancia a la adolescencia: en pocas palabras, en la edad del pavo, lo que dificultó sus pesquisas.


Me mostró complaciente su obra a sabiendas que yo no tenía dinero ni para invitarle a comer, me preguntó por mi familia y departimos un rato sobre su gran debilidad, San Roque. A pesar de los años fuera del mismo, sus recuerdos de infancia y juventud me los refería como si yo le hubiera sido coetáneo.


Lo recuerdo con mucho cariño y afecto aunque jamás tuve de cerca su amistad, aunque sí de lejos, tampoco tengo un cuadro suyo en las paredes de mi casa aunque sí en la retina de la memoria del aquel año 73.


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